martes, 26 de marzo de 2013

Series

Hace cuatro años que no escribo acá, y el espacio es uno de los temas que rigen este lugar. Sé que me leo un poco redundante y barroca, pero a veces no hay otro modo de decirse, cuando uno maneja esa soberbia intención de ser genuino.
Se me pierden los diarios de papel; cada tanto aparece algún pedacito un poco ajado, y la revelación de la que fui y ya no soy se torna grosera, en relación con la sutileza de su médium. Acá lo grosero es la definición de lo que se trata, y eso es liberador: la posibilidad de que alguien más lea mi intimidad es un ejemplo de ello.

Hasta aquí, el impulso.

Me encuentro pensando en los registros. Tal vez empiezo a desconfiar de mi memoria, o necesito pruebas para domesticar mi extraño escepticismo. Pero me urgen las palabras, las fotos, los retratos... la materia de lo que sucede. Asir aquello que cambia los días es mi nueva misión (en realidad no tengo claro qué otras tuve, pero doy por hecho que han habido bastantes más). Sí no es nada nuevo en mí el pensar en los legados; de hecho, este blog comenzó una vez que sentí que por primera vez había hecho algo.
En este caso creo que el estímulo tiene que ver con tener a mano lo que vale la pena. Dos nenas bailando tango en una esquina, el tímido sonido amatorio de quien nos gusta, la casera ingeniería que reduce el sonido de un cuerito roto de la pileta de la cocina, esas cosas.
Compré un grabador de voz que no me animo a encender, saco fotos con la cámara de mi celular y me da vergüenza el cliché de ir a tomar un curso de fotografía, escribo disléxicamente, y no dibujo.

Ahora, el dilema.